Arrastro la pena de no tenerte,
me alejo y sobrevine más cerca tu recuerdo,
la fuerza en el pecho
me ancha a un barco hundido
que desde la superficie brota
el tambor de mis latidos.
Pero en el viaje que mece el mundo
ante mi sombra
mantengo la victoria de perder,
apuro un trago de sed manchada de nostalgia
porque besar tus labios fue
el más dulce aguardiente.
No te tengo pero extraño
lo que nunca fue,
yo no quiero un amor civilizado,
que cruce la frontera del qué dirán.
No me quiero atrapar como araña
en la red al tiempo repetido y cruel
de no saber bien qué fue de nosotros (...)
soy lo que me hizo el odio,
por mi libertad.
En esta letanía de dulces tristezas,
mantengo en pie la promesa
de sentir en el sol del mediodía
a la que nunca vendrá en luna llena,
a la que se fue con el huracán de la vida
tras el remolino de las mariposas,
y no entender la razón de mi sinrazón
que la adora.
Tarde llegó el tren a la estación,
y ahora,
bebo del licor
del tiempo y la quietud de estas horas;
del final.
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