domingo, 17 de febrero de 2019

Sonata


Desmayado el sueño que se perdió
en tus ojos,
cuando todos los viajes sin destino
son eclipses de caminos
que se cruzan en el horizonte,
como soledad lo que habita
en la noche
de abrazos huérfanos
que resurgen tras cada despedida.




jueves, 14 de febrero de 2019

El mundo acaba en tu principio de levedad


El mundo no acaba en tu corazón,
ni en el mío,
la inmensidad de unos pechos rotos
son látigos de huracán
en mitad de nuestros latidos.

Y el mundo es inalcanzable
como el velado sueño del hombre
insomne.

Mi corazón no acaba en ti, ni tú en mí,
pero podemos ser un puente de voz
en canción nocturna.

Se caen los mitos,
la personas lucífugas
que eran para toda la vida,
pero ahora, que no tienes dónde sostenerte,
mi canción te llama
y no hay distancia que acabe en ti.

(empiezo en una de tus tristes miradas
y viajo por una cicatriz)

Más allá del mar,
como quien espera a su amante
entre lágrimas heladas,
como cuando coincide el destello
en el que las hadas
rompen la quietud
para entregarse al amor,
portales en la noche sospechan
que nadie nunca nos amó.

Habrá lluvia en tus pestañas,
tambores de letras
de la amputada lengua
que se congeló en un beso.

Nunca tuve patrón en este barco loco,
salvaje, libre,
solo amarré tu tristeza con la temeridad
que vertebra
la sinrazón que espantan a los hombres grises,

y a un lado el oro a otro lado,
el estiércol.

Somos solo otros
que vuelven tras la luz.
Patrones de un mar negro con tu pelo,
amantes de camareras
que sirven soledad,
desde las puertas de embarque
de algún aeropuerto,
y una muchacha con gorra
y ojos grandes
parece cansada, a nadie busca,
y encuentra el mundo.

Escribo deletreando silencio
y todo está en la profundidad
de la nada.


Sálvame de mí mismo


Sálvame de mí mismo
cuando me persiga tu soledad,
sálvame de estos ojos
que lloran con la torpeza
de quien no sabe llorar.

Puede que tras las puertas del alma,
encuentres maletas invisibles
de niños que se pierden de nuestra mano,
esta vida es una flor de invierno
que se marchita cada verano.

Sálvame de mí mismo
cuando no tenga a nadie
por quien velar,
en un sueño sin dueña,
en una apacible tempestad,
hace frío y mis dedos tiemblan
cuando ya
no queda nadie en la lucha (...)

Sálvame cuando no te salves,
cuando muera la tarde
en la que renací.