Roma o Amor, qué más da.
Desde el Trastevere tiende ropa una mujer
entre piedras milenarias color rojizo,
y las mesas de las terrazas
bordadas en cuadros de color blanco y azul
sostienen este vaso de vino,
mi libro de Bertrand Russell
y tu boca sedienta
que como una sombra de recuerdo
muerde todavía mi labio superior.
Amor o Roma, qué más da.
Los fantasmas de gladiadores
fantasean con los conserjes de noche,
camareras a las que idealicé
me sonríen y no sé bien
si es por mi soledad
o por la valentía de aguantarles
la mirada.
Vuelvo al hotel, se hace tarde
es diciembre
hace frío,
y escribir es una vocación
que ni me a dar dinero, ni prestigio, ni me va a devolver
a tus brazos.
Paseo, me pongo el sombrero.
La Piazza Navonna, sigue como hace ocho años que la visité,
cuando conocí a Silvia en mi viaje a Venezia,
sigue como hace dos mil años,
-pero qué más da la historia...-
si ella tampoco está,
y queda una eternidad para olvidarla
o para encontrarme con otras
que se pregunten
de dónde salió el extraño peregrino
que aúlla en silencio al alba?
En la Fontana de Trevi los instagramers hacen su oficio
mucho mejor que yo colgando estas fotos
y estos ridículos versos,
la rubia está buena la verdad,
como mi helado a 5 grados
que se derrite.
Me derrito, y huyo para seguir respirando.
Desde el Hotel en Termini oigo
los trenes partir, las prostitutas fuman
y me piden fuego,
entre laberintos de calles oscuras
sólo algunos faroles tintinean
como luciérnagas de paso.
Mañana en San Pietro, mi alma buscará
la rendición de ángel o diablo
que juzgan siempre otros, si amor es el dios
que pone el destino a los pies de quien te abrazan
y camina hacia ti cada día.
Roma o Amor, qué más da.