En la Mezquita arrinconada
en el olvido
encontré tu mirada,
al no ser yo mismo
por el pecado
de volar sin alas,
entre laberínticas calles
la muerte vive,
el silencio calla,
y mi sueño ampara los ojos fieros
que no claudican
ante el tiempo
y su guadaña.
En el mar de Rabat,
los niños juegan y se bañan
en diciembre,
visito bares donde los camareros
cerraron las palmas de las manos
en la boca de sus amantes,
y para ser libre
tal vez sea tarde,
como pronto
en el tiempo en el que fue eterno tu beso,
y mi abandono
en la media luna que bañó
de oro aquella tarde.
Aquella tarde.
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