Duele el mundo,
pero me hice fuerte en este suspiro
que renace
y se rehace
cuando no hay locura que pueda torturarme
tanto,
que el no encontrarme en el espejo;
ese que me mira al no verte
más.
Duele el mundo
mientras vibra en la tenue luz
del pecado,
mis manos agitadas
por la revolución imposible
fueron acariciando tu pecho.
Duele el mundo,
y fui feliz cuando me encontré
en las yagas que hierven
tras las amenazas de aquellos prostíbulos
y aquel psiquiátrico
donde, como Santo,
se me rebeló el desafío vital
de mis miedos;
tanto, tanto que
fui la condena del amor,
fui de todos tus pecados
el invencible color a edén
de esta historia
donde la locura fue la resolución
de los cuerdos
que vieron vivos los muertos
y te amaron sin tiempo
y sin amor.
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