Te vi bajo el viento borrascoso
de un martes,
sin afán ni tiempo,
con el estrés entre las nubes,
y el rutinario paso que nos llevaba
de la mano
camino a la locura,
cuando la muerte no es más
que esa cotidianidad de horas
sin reloj; ni camino.
Te vi bajo la lluvia,
y prendidos, tus labios
en mi boca,
amarrábamos las últimas luces
de una ciudad que nunca duerme
en un desconsuelo
que nos hace prisioneros,
sin sentido, ni sueño,
metal y óxido del día a día,
Se apropia el deseo
en la guarida de habernos hecho daño,
tras un mundo ciego,
ya tantas veces
extraño.
Te vi entre la multitud,
extraños.
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