Una muchacha mira
desde la ventana del autobús
que va camino a Barcelona,
y su mirada perdida
se encuentra con la mía,
en el reflejo del cristal.
La inmensidad, si no se es valiente,
desfallece
entre palabras que nada dicen,
que sólo consuelan
al loco
que ya cesó de buscar razón.
Y la mirada de una muchacha
le devuelve a la tierra,
entre el amor de los lunáticos sin consuelo,
y la eterna decepción,
llena de sueños que murieron
al callarse ambos
en aquel bus
que iba una mañana de marzo
a Barcelona.
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