Te doy el miedo y el temblor
que da el amorantes de acabarse,
pero también te presto la eternidad.
Nunca cambiarán mis ganas de ser libre,
y si me das una duda muevo la reina
en un juego de ajedrez sin frontera
ni libertad.
Anestesiado muero sin tenerte,
y si te tengo muero también,
como respirar y sentirme tuyo
pero no saber,
nunca saber (...)
Te presto mis alas cansadas de volar,
te doy un mañana sin lumbre,
hijo de la guerra bajo las sábanas
y banderas rotas de la República.
Te doy lo que no me dieron
tus alas
rotas
como las horas en las que se demoró
la vida.
Te doy la última hora
en la estación donde salieron
los trenes de este camino,
tumulto de quietud
silencio de tu voz.
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