El dolor de no sabernos eternos
juega un pulso
con el alivio de que nada es para siempre,
y es que la agonía de lo que nunca sucedió
hace del amor, libertad atada con grilletes.
El sueño de estar despiertos
en la duermevela de una canción de cuna,
me hago más viejo y roto
para volver a renacer, sabiendo,
que este mundo pocas veces premia el talento,
sino a la usura.
Temo la fiera noche
de la incomprensión
pero más que miedo es admiración
de la mente que cicatriza
perdidas almas, en otro plano;
en otro latir,
temo el viento que me lleva
y me envalentono con la vida
que nos quedar por vivir.
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