Una rosa muerta,
una copa de brandy
y un libro deshojado de Joan Margarit,
lunes asesino,
desnudez en la tarde que va decayendo,
y ruido mojado en los vasos rotos
de la cena de ayer.
El calendario habla de la muerte
más que de los sueños incumplidos,
y todo se vuelve negro,
y todo es un destino sucio
en las horas del adiós.
Pero siempre hay una grieta escondida en la luz
en una madrugada como ésta
que se deja vislumbrar,
esa luz es por la que recito de memoria
los versos prohibidos
y la desnudez de las almas empieza a darse forma,
de una maldita vez,
siempre hay un motivo que hace milagroso
lo que parece una tortura del día a día,
ese paraje en el que la cotidianidad
hace reír al loco
y abraza con frenesí
al más arrojado de los suicidas.
(...)
Por eso escribo, porque creo
en las grietas del cielo, del asfalto, del espejo,
por donde las almas se cuelan
y los mensajes invisibles son mandamientos
en la dura estaca que a pesar de todo
llevamos a cuestas
entre chispazos de creación errante
y divina.
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