No eres más que el sueño y la duermevela,
la margarita deshojada,
el infierno domado con sutileza,
no eres más que alegría muda,
si es que hacer de una sombra, destello,
es encomendarse a la luz
en la hoguera de un bosque frondoso
en medio de la madrugada.
Cuando tengas la edad en la que todos
pasaron de largo
por sus convicciones y anhelos
y la belleza solo sea un recuerdo,
recuerda,
siempre tendrá presente el que escribe
-el que desliza una pluma en el pergamino
tachado del destino-,
los sobresaltos y zancadillas de un dios
con una venda en los ojos,
y no eres más que todo y nada,
que la poesía cuando menos te lo esperas, mata,
y nuestro tiempo ha pasado,
como las nubes pasan tras un día lluvioso,
y en los semáforos aguardan con gabardina y diario,
nuestro asesino, llamado;
el mañana.
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