miércoles, 4 de septiembre de 2024

Novela

 
Era tarde y la luces del edificio se iban poco a poco apagando en aquella madrugada. Solamente en la habitación permanecía Pablo, escribiendo una historia que nadie leerá.
 
Cuando se mezclan los sueños de grandeza con los tiempos actuales, en los que ser escritor o artista supone la bohemia de la apariencia y seguidores sin criterio, Pablo escribía nuestra historia y sin saberlo fuimos protagonistas del cuento más desgarrador que en la ciudad se habría narrado.

Ahí estaba, con un flexo y a contraluz, el bote de pastillas, y un vaso de whisky, música clásica de fondo y en la pantalla del viejo ordenador las letras tintineaban confundiéndose con la luz de otros tiempos.

El rostro de Pablo, con ojeras en su cara pálida y esa nariz aguileña, mostraba las horas sin dormir, y aunque tenía perdida la noción entre tanto destiempo, sin saberlo se había convertido en uno de los personajes de su historia. 
Esa historia contaba como en un atardecer se acababa el mundo de un protagonista loco que decía que el amor era la única verdad y nadie lo creyó hasta encerrarlo.

Pablo fue ese protagonista (...) la cuestión es que llegados a un punto no había marcha atrás, la locura acechaba en los rincones más sombríos de esa habitación o de ese mundo de ficción que entre líneas se podía ver en su novela. 

La novela era la realidad vestida en un tímido velo de lo que nos mueve detrás nuestro, los instintos que tras la muerte dicen que se puede presagiar; lo que los locos intuyen más allá, aunque no sepan cómo explicarlo, y para ello, 


se inventó la literatura.




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