domingo, 7 de octubre de 2018

Manos de estatua


Ella tiene los ojos apoyados
en aquella fotografía,
han pasado muchos años.

Ha arrasado una guerra de amor
haciéndose daño
por no saber decir que no,
como almas resignadas
de las tristezas
de no entenderse.

Él besa el rastrojo de una bruma,
y recuerda los ojos azules de ella
como chispas de un mechero
que se balanceaba al ritmo
de una balada de Fito
en medio de un concierto.

En la isla de la tristeza nadie debería
de saberlo.
(Ojos que buscaban amor
y se perdieron en el ruido)

Ella supo que la vida
se resume en un mismo final
para diferentes principios,
sin mayor principio del casi todo vale,
recuerda la belleza de la juventud
que se va,
y él desde tierra extraña
dibuja garabatos invisibles
entre las piedras del río del exilio.

Y se extrañaban como cuando la vida
era para siempre,
sus labios sabían a nísperos y uva en verano;
él caminará hacia atrás
por la senda del corazón,
ella sola en una sala,
estará tejiendo eternas colchas
con las que guarecerse del frío,
en un otoño baldío,
amantes de espejos rotos
del amor.






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