lunes, 26 de marzo de 2018

Palomas


Como la lluvia en agosto,
extrañaban un mar de luces, distantes,
entre egos y espejismos
alrededor del sol,
cuando el universo de dos mentes
daba una sola perfección,
haciéndose de ellos y de nadie.

Eran dos
que buscando el amor, se estorbaban,
cientos de recetas y recibos,
maldiciones y cuarteles,
bufones que entorpecen
con leyes universales,
aquel amor maldito,
el único que les podía salvar.

Ella leía en el Metro
epístolas de cuando su alma creía,
salpicando cuentos de Galeano,
de Carpentier,
flores perfumadas entre hojas secas
de un libro,
que se sabía de memoria.

Y a cada paso, palomas descorrían
el velo del destino,
ubicándose de estratega manera
en los recovecos de la plaza redonda,
latidos de sienes,
hechas humo y metal.

Él, era invisible, como tantos,
con lomos de oro
y voz de papel,
sus ojos, grietas insalvables de donde
el Edén acuerda con los ausentes
el final de una dinastía
de guerreros buenos.

Contradicciones que se tornan eternidad
incomprendida,
restos de navíos cosidos
con el quebranto y el duelo
de promesas;
soldados ayer del bastión
loco al dignificarlo como
dama imposible.

La historia de estos dos
que se amaban como desconocidos,
llenó las páginas de enciclopedias
ya sabidas,
escupidas,
vilipendiadas,
(y rotas)...
huelga decir
que en cada beso nacía el retoño de la luna,
y al "desbesarse"
un puzzle armado sin guión,
acordaba la verdad
de dos amantes
sin mayor valor
que el sueño hecho cenizas
cada instante eterno.
En el que

se separaban.








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