Escribiré dos veces la misma oración; sentirse tan joven que la vejez ya pasó de largo.
Escribiré el luto de un lápiz ebrio de los besos que una noche mutiló la lengua a mi palabra.
Queremos encontrar motivos de lucha en una guerra invisible, queremos tener entre las manos un cuerpo, que se desvanece a cada paso, y el tiempo, sí el tiempo (ese dolor que viaja) se olvidó que fui feliz en Estambul, me recuerda que las canas de mi pelo delatan lo que ya no se puede remendar.
La playa es un vaivén de espuma, las carreteras venas de sangre y asfalto, la montaña senos de vírgenes, y esta ciudad, esta maldita ciudad a la que amo y odio, es una paleta de pintor de colores diversos, de formas que se desvanecen y se entremezclan unas con otras, el fuego y la rabia, la sombra y la luna.
La quietud de la noche en este barrio aletea mariposas negras, y las almas se agazapan por los teléfonos con ausencias, vuelvo a coger el libro que tengo pendiente, y todo se me llena de aquello que me causó estrago y angustia, quién fuera rey en Aracataca, para en un suspiro traer la motivación que se perdió por los anales de estas líneas huérfanas, de canciones pendientes que nunca llegan.
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