A mi madre que me acostaba contándome el
amparo del ángel de la guarda,
el cuál es ella hoy, y tomaré yo también
el relevo, como tú…
Para explicarles a los que creen que olvido
que en este aullido de sollozos
y pilares mudos
no desfallezco al trepar
tantas noches del sueño
si en lo alto, mi Buena Estrella,
está ahora redoblando mi voz.
Buena Estrella,
con la que insisto dar miedo al miedo,
…tanta soledad (…)
y cuánta flaqueza usurpando la mente
sin querer entender
que el problema de rescatar
la Belleza en las ruinas,
es que me podría convertir
en poema de estatua hecha piélagos de sal.
-Buena Estrella;
¿podrías seguir abrigándome
entre hienas y
cristales rotos?-digo yo.
-No preguntes, y aprovecha-
contestas-
vuela en la luz ciega,
en el amor que nos
faltó,
derramado por los
bordes
de nuestras manos.
Entonces,
¿por qué crees no sentir
el arrullo lascivo de tormentas dulces?
en la
Emoción de brazos expandidos;
infinitud.
Los guardianes custodios
reservan una estrella entre las colchas de nubes sin luna.
Buena Estrella,
Ángel de la guarda,
como cantabas al dormirme.
Cuando otros ya empiezan a temblar de soledad y vacío,
de sentir Nada,
de sentir Nada,
sigue enseñándome que en la luz apagada
se aprende a ver,
que en la lumbre de los imposibles
la obligación es vivir,
escombro de pesares,
almohada yerma de nuestro merecer.
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