A veces no me reconozco frente la marea, todo se lo llevó el mar, pero mis ganas de luchar aúllan en un camposanto de recuerdos y oraciones.
El amor es la quimera del tiempo, la multitud hecha uno. A veces quisiera ser la voz de quien siente que hay aún esperanza, y que este traje de eterno pasajero de la nada no me viene a medida.
Pero me pierdo, me pierdo en el desamor de lo que nunca tuve, y en sentirme pequeño ante quien me ve grande. Ayer vi una lluvia de estrellas y me acordé de ti. El uni-verso es un solo-verso de longitud infinita.
Bebo té y escribo, conservo la memoria y la partida de aquel viaje que tal vez no haga; una vida tan peregrina y rocambolesca que el amor pasó de largo y tú, sí tú, viniste a verme las heridas. La luna tiene las uñas frías y los ojos con tu nombre. Me siento sin fuerzas, desfallezco y no me creo todo lo bonito que me das...
Hablando de los astros, entre rocas y fuego, gravedad y aparente descontrol, la inercia, que no entiende de principios ni de fines, sólo del latido del milésimo segundo, nos indica que hay alguien que da cuerda a nuestros a nuestros destinos. Puede ser nuestra conciencia, en tal caso, quién será quien guarda la fe en el cajón de las primeras veces enmudecidas por el viento.
Escribo entre noches afiladas y cuarentenas, toques de quedas y firmamentos que lloran la paz de los cansados. Mis ojos no pueden más, mis labios te reclaman, y la vida tiene sabor a alegría contenida, a chasquidos de dedos, a compungida luz, a te espero en el reverso de esta existencia. Todo es un elixir de fracaso que no sabemos beber, todo es un lunes en la agenda, la fiesta de los días que murieron en nuestra juventud.
A veces no me reconozco frente la marea.
El amor eres tú y mi miedo, el amor soy yo y tus dudas, y entre tanto, alrededor; el mundo girando.
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