martes, 16 de febrero de 2021

El hombre sin rostro

 
Siguió el trazo de una estrella. Caminó bajo el agua. 
Besó la tempestad.
Fue quien en silencio cada noche escribió el nombre de ella y sus latidos. Presumía de romper las horas con la lanza invisible de la pena. Huérfano, roto y sediento, tuvo alegría pero también hubo horas circundando la letanía de un gélido suspiro. 
Fue un luchador sin escudo, un guerrero sin espada, y después de sobrevivir tras los años, confundido y absorto no sabe bien quién es hoy.
Amó pero no sabe si fue amado, odió pero también supo del relámpago del otro. Siguió el trazo de un cometa, y se perdió en aquel fuego.
Hasta que un día mirando el espejo, se preguntó por el amor y su destino, nadie respondió. 

Las calles desiertas en el confinamiento de su ciudad norteña presagiaban que el hombre sin rostro no tendría más que la oscura sombra de la compañía de nadie. Un día vomitó la ternura y salieron serpientes, otro nada tuvo sólo el sindios de su alma cuarteada. Los años se agolpaban en su visión, y sus manos llenas de arrugas sujetaban las nubes tóxicas de cada arrepentimiento.
Perdió amigos, perdió amores, se obsesionó con ser libre y la libertad le engulló dejando sólo una huella en la playa de los lamentos. No quedó nada de él tras tanta desolación. 

Hay quién dice que se perdió en el mar, aunque muchos saben que el hombre sin rostro se esconde tras cada uno de nosotros cuando la oportunidad de ser feliz encara las trampas de no saber, no poder amar o sentir que cualquiera puede ser amado de verdad menos tú.



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