martes, 12 de junio de 2018

El viaje


La vida era un tren, ilusión del viaje y estaciones de paso mientras el destino se acercaba, con una certeza que daba miedo pero con la incertidumbre de la llegada como la hora en la muerte del reloj de cuco. La vida para aquel joven de pelo enmarañado era un tren destartalado, gris y cansado que le podría llevar a visitar iglesias ortodoxas, mezquitas, montañas, aldeas y urbes de espíritu indómito.
Le acompañaba música clásica para almas de luz que querían ver cada amanecer desde sus ojos grandes y despiertos, no cerrar el libro de los tristes presagios para que el viajero llegase a escribir el de las rimas de los milagros posibles.

La vida era un tren que pararía en algún momento del viaje pero no cuando nuestro aventurero dejase de andar, sino cuando la humanidad fuese un animal sin corazón que ya dejó de avanzar al desdeñar un destello, aunque fuese nimio, del sueño tan envidiado de tantos locos como aquel.
Y fue que ya no buscaba labios en los que perderse, ni ser Peter Pan, y pasó que no supo qué buscar durante el naufragio por océanos de color a su pasado vivido en otras vidas que olvidó, equipaje de sus cansadas botas de lluvia. Tantos caminos y entresijos estaban en él que las respuestas a las incógnitas ululaban bailando en el viento.

Un día durante el viaje, pasó el tren por un túnel, laberinto atroz, y no se supo ni cómo ni por qué pero Adán volvió a morder la manzana prohibida sin conocer que la libertad no debería ser el pecado en el infierno de los hombres buenos. Tal vez fuese volar, despegar los pies de tierra. Pero amarró sus muñecas al destino que zarandeaba las colinas al intuir que las ganas de vivir vence a las sombras, la esperanza necesitaba de su fe para ser alas a batir y llegó el momento en que la ventanilla volvió a dar luz, el túnel pasó.
Volverán las coloridas golondrinas, poeta, los gatos negros también pueden dar buena suerte.

Porque, la vida, la muerte, la locura, la esperanza eran un tren.



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