miércoles, 5 de septiembre de 2018
Tiempo
Las horas que pasan en la noche
son un cuchillo en la mantequilla,
el pitido de un navío triste en el Mar del Norte,
las horas pensando en ti
son la muerte del tiempo
en la arena de los relojes,
el pan sin aceite, fuego sin brasas,
la luna con sueños obligada a despertar.
Las horas que se desvalecen
son un tumulto de ruinas
entre mares de personas,
es el sin rumbo de la brújula;
el tiempo no existe pero existen los despertadores.
Las horas sin ti,
remanso azul en playa contaminada,
toro herido,
mancha de pus en el vientre de una nube,
arrebato de cantaora sin su pareja de cante,
horas como guillotina de lo incierto,
como ceniza en el corazón abierto del muerto,
ciego que es luz,
anestesia de un domingo en pleno orgasmo,
cicatriz de las tormentas que preñaron a las ballenas,
nacimiento de una civilización
y tú, en la esquina del bus,
sin inmutarte por mi ruego.
Las horas pasan como trenes,
como condones rotos que explotan
como la pena de los conductores de tranvía,
como el secreto de la escritura,
como el remedio de la amargura,
como el color vomito celeste de quien reina
en todo el caos que no se sabe leer,
tiempo hecho jirones,
rotura,
frenesí,
delirio,
tiempo de arcoíris grises,
de temblor en la mano de lunático,
de escalofrío en pleno verano,
de contar minutos
como quien come cacahuetes viendo una película
subtitulada.
Tiempo que espero por ti
aunque ya solo seas tiempo de la ausencia,
horas de amor arañado por el mundo,
de vulgaridad que triunfa,
de música de aves muertas,
tiempo de esperarte como quien no quiere
esperar la esperanza.
Tiempo. De no tener nada y pertenecer al Cosmos.
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