lunes, 12 de enero de 2015

La ciudad y los poemas a los que escupieron


La ciudad se desmorona en la felicidad caduca,
en esta guerra tácita del hambre por sueños.
Y paro en la nevera.

Arderán las calles en el rojo ceniciento tras tus miradas
que por llorar, puede que ni sepan.

Una niña se tatua el cielo
que nunca podrá rebañar con los pulgares minúsculos.
Y él se emborrachará de celestes complejos,
de miedos por creer que no será el mejor que la ame.

La ciudad se infesta de imposibles,
vecinas, húmedad y poetas de taberna.
Si se olvidasen por un momento de la triste poesía de los barrios
del trueque de lo que creemos que valemos
te cambiaría yo la libertad
por un beso, y ese, otro tanto por la cárcel de amar.

Una camarera se baja el sujetador para amamantar
la roca pesada de la tierra que gira
y gira.

Y la explicación más dolorosa del mundo
es recorrer la sombra del tiempo
sin más compañía que uno mismo,
la ciudad emerge cada día a las 8 de la mañana,
para morir en tus labios, rubia
(cuando tú gustes)

No te creas nada de la realidad,
porque a nadie preguntaste donde vive
la muerte en las olas de la marea.

La ciudad y sus habitantes heridos,
y sus usadas cremalleras de los fetiches
que no dan respuestas al chico que ama
lo que otro chico escupe en el amor de los poemas
del resignado.

La ciudad resucita en el almanaque de los taxistas
y panaderos.
La ciudad vierte la cólera somnolienta
de carteros que te amaron,
de exploradores que se cansaron de mirarte
porque no hay nada tras de ti,

Y en la mirada…la ciudad.

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