El verano es la chica viva
que
murió en mí.
El
verano es la infancia
de
picnic y discotecas horteras con olor a confeti,
a
las que nunca tenía entrada.
El
verano es el siempre es tarde,
antes
del próximo año.
El
verano era Telecinco en la terraza
y
olor a sardinas en la playa de Estepona.
El
verano era una bicicleta
que
buscaba algo que ni el algo tenía
entre sus ruedas,
como
la sal de mi saliva,
como
el eclipse con el que sonríe
la
mañana de playa y sombrilla
donde
se escapa mi luz.
El
verano fue quererla
hasta
perseguir sus zapatos de tacón y ridículos
hasta
la Calle Nalsa, 4.
El
verano, amigos,
es
renacer la muerte en dunas como senos,
en
mares como sexos,
en
atardecer…
…sangre
de tu nombre en mí.
El
verano es una escuela,
la
fiesta de despedida
al
amparo de canciones de El Arrebato,
y
bailar y tocarte sin querer el culo,
mientras
me prometías que mañana
será
otoño,
y
el amor tiene frío.
El
verano, para acabar,
es
un poeta masturbado,
tres
estrofas aullando a la noche,
cálida,
pegajosa,
de
moscas
y
gitanos cantando en la plaza
al
honor de los azahares.
El
verano es la eterna chica de 15 años
que
pasea a mi lado,
sin
mí.
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