Fuego en las mejillas,
antorcha quebrada de la duda,
bella, amigo, era bella,
como una peonza que gira
en medio de las ruinas.
Y allí la volví a ver,
quién no se hubiera humillado
ante la humilde humillación
ante la humilde humillación
más digna de hacerla poema;
rostro de niña huérfana,
sueño de mujer despierta,
como una sonrisa que no quiere reír.
Como el cuerpo sin delito,
era, eres cual monte que detrás esconde
(tal vez) un paraíso.
Y las miradas no engañan,
porque tus pupilas ciegan,
y la seducción creó en mí mil palabras,
para llenar tu pecho
de amistad, de amor o indiferencia.
Créeme que no es por romanticismo, como verás,
y decir que tus ojos
son dos rocas vivas,
o un cielo cargado de millones
de estalactitas que en las sombras arden.
Que seremos tan diferentes
o tan iguales,
que solo me contento contigo,
si tú eres como el verbo de la despedida
y yo soy todos y no soy nadie.
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