jueves, 11 de febrero de 2016

Princesa sin cuento


María sin apenas quererlo
acabó cediendo
al chantaje del querer.

Primero; por qué te pones esa blusa?,
luego vendría el no vales nada,
ahora cada noche maniatada con un cinturón,
dejó de recordar quién fue.

Él es un cobarde con los compañeros
pero demonio en casa,
que cambia cromos de Messi en el bar
para después calmar la borrachera
en el cuerpo que piensa que le pertenece.

Y tras los gritos,
ningún vecino sospecha
que la sangre bajo la puerta
duele menos
que el pecado inocente de ella
al creer que habría algo bello por lo que luchar.


Tic
Tac
Tic
Tac
los minutos barruntan pasos
tras la puerta,
pues Sirenita ya no baila bajo el mar,
Cenicienta volvió a perder resignada su zapato,
y Caperucita, engañada, se perdió en el bosque...
si al final la fantasía del amor
duerme cada noche con la misma pesadilla
y el espejo le devuelve a esa niña que besaba sapos
un príncipe azul hambriento en sexo y rabia
cual lobo feroz (...)

Una noche,
tras cinco rayas de farlopa
y whisky derramado por la alfombra,
él se bajó la cremallera
culpándola como siempre del vacío de su vida.
Pero ella, esta vez sí, por fin se decidió,
sujetando por la espalda un cuchillo
y frente a él,
cara a cara,
las sombras de la calle y los coches
iluminarían el gesto en el que María
presa del miedo pero por fin libre...

se lo clava

(silencio)

...
a sí misma para dejar de sufrir.

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