miércoles, 25 de marzo de 2015

Damas, caballeros o viceversa


Hay un programa en la televisión,
que es la revolución al revés,
sonrisa sin alma
en el paraíso
de ofrecerse incultos
para vender el corazón
al mejor postor.

Hombres, mujeres y viceversa,
neurona de plástico,
gomina en los labios,
semen de cartón,
tatuaje que se maquilla
por cada desengaño;
si nada es puro...
hurga
que todo sabe a Puro dolor.

En mitad de mi frase,
roncas,
te fascina tanto el espejo
de le vie en rose
que qué importa
que detrás de la flor
no quede perfume ya,
consciente de que
peor que la ignorancia
es el saberte tronista
para palpar cada noche
siliconas de oferta
sin encontrar nunca,
entre ellas,
tu personalidad.

Ante mi duda sobre el futuro,
tú,
me devuelves cotilleo,
edad que dura un gemido
en el ascensor.
Mientras él se quita la camisa
solo decirte que nada es eterno,
no vaya a ser que te vean
como la niña
que fuiste antes de los quince años,
hoy segura de que el dinero
siempre gana jugando
con una mordaza al amor.

Porque el éxito
no es que te conozcan en el barrio,
es aprender de lo auténtico
de las quimeras;
peinar una ola,
quitar todos los pétalos a la margarita
y que un día el destino
te sorprenda con que alguien
te quiere sin pedirte nada más,
ni un coche caro
ni un sábado en el teatro,
tragicomedias del rumor y las lágrimas
por príncipes cocainómanos
y amigas del qué dirán.

Por eso te odio,
porque me importas,
mujer, hombre, viceversa,
porque a pesar de todo eres el futuro.
Y sabrás que el tren de la vida
no perdona en cada túnel
si los ninis se ciegan con el flash
como una manada de chicas y chicos
sin referentes
que se empastan de oro los dientes
aunque sus papás en paro
beban sopas para cenar.

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