Las mujeres tienen el tiempo del reloj,
pero los hombres toda la arena del
desierto,
yo canto a Latinoamérica y canto al
amor,
a las mareas de despedidas que me
ahogan el aliento.
Orígenes de barcos sin rumbo
persiguen
el vendaval de un otoño castigado
(nido de los corazones empapados
por fiebre de ciudad),
si al soñarte bailando conmigo en
un balcón,
decidí marcharme tras ser parte de
un camino desandado,
y que me beses como tragaluz del
fin del mundo
como quien tropieza piel con piel
con la edad.
En las barras de los bares donde te
he amado
más que desde las amarillas
habitaciones del hotel,
guardo la flor de tu pelo y un
billete de avión al cielo,
desde donde mis sienes laten por
verte volver.
Y qué más da que seas otra, si tú
misma
me persigues mientras busco,
“agárrate de mi mano que tengo
miedo del futuro”
apuremos la noche contando veranos
perdidos.
Las mujeres tienen en la mirada
fija
el imposible amor que dudo pueda yo
tener,
yo canto a Valencia y canto al
dolor,
a Latinoamérica que me espera
renacer.