Hay princesas que olvidan su corona
en
un gin tonic,
que
las alas de mariposa que vuelan bajo sus faldas
llegan tanto a odiar la bondad de quien les ama,
fugándose
con aquel asesino de la primavera.
Hadas
que en su tradicional rito
de
ser buenas esposas, así de repente,
copian
de sus amigas el vicio de no querer mirar
al
despeinado ángel poeta
que
en la barra entre la multitud le
escribe.
Hacen
bien.
Princesa,
a ti te hablo,
magdalena
mojada en historias para no dormir
en pintalabios y volver a creer,
en
lealtad y cansancio
de
tacones altos y, a veces, dignidad por los suelos,
pues sabrás que aguantar a niños adultos
no
es amar, sino más bien remar a orillas de ese mundo raro llamado dignidad.
Hay
princesas que te violan
con
el efímero cruce de miradas en un tranvía,
y
yo, príncipe que se crió entre estiércol,
tengo
tu excitación en mis ojos,
esos
que amenazan a la muerte,
porque
mi cintura bailaría torpe
la vida a tu paso.
la vida a tu paso.
Tal
vez dios no sea tan machista
y
tus labios y los míos algún día se acoplen
como
un fugaz encaje de tiernos cachorros
bebiendo
la sal de la vida
frente
a la República marchita de mujeres resignadas
a luchar por un beso
a luchar por un beso
y
hombres que se duermen en el bar viendo
el
Getafe-Espanyol.
Mi
princesa.