Los neones anuncian
una ciudad mortecina,
en la cumbre del fracaso,
amor de la rosa con espinas,
trotamundo de un planeta
con la sangre escrita en los versos
del pasado.
Laberinto de calles que me llevan,
concéntricas, a la muerte
que es la vida con las persianas bajadas,
arte de mancharse las manos
en un sucio cansancio al despertar,
cada mañana.
Neones de publicidad mezquina,
alma rota en las aceras,
Valencia se desparrama
en cada una de mis despedidas,
en cada noche sin letargo,
ni mayor consuelo
que desfallecer lentamente.
En la ciudad donde, lentos, los sueños
se diluyen por las cañerías
y la voz de quienes callan
hablan de la tierra yerma
en cada soledad.