domingo, 6 de julio de 2014

Si Dios existiese


Sin duda que para mí,
Dios tiene tu rostro.

Tus ojos que, como luciérnagas,
dan luz al insomnio cerrado de la ciudad,
de esos edificios presos por los deseos
que besan la almohada
mientras se va muriendo
en las acequias letales del sueño.

Tu boca, cuerda del náufrago;
¿Hasta cuándo contará  nubes mientras arda el sol?

Tu sexo es un cordón umbilical de néctar salado,
tú que para Dios supones una diminuta alma
arrastrada en su piel por bártulos y recuerdos;

Tú,
tú eres mi Diosa.

Mujer valiente
cansada de no saber cuál es su sitio
y las lágrimas tuyas son alambres oxidados;
lázaros de los jirones de la lluvia.

Tú,
palabra con la que renace la dignidad del poeta,
Bella, aunque dejes de ser bella,
ojeras de Cenicienta cual vergel
de la puesta de sol en las manos del ciego.

Si Dios existiese,
te daría alas, 
barnizaría como carpintero del delirio
tu naricilla de fresa juguetona,
esa que se asoma al dolor
como quien curiosea en una batalla
con vencedor ya proclamado.

Miel ácida, tu saliva.

Tú,
mi Diosa, no sé si nos espera la eternidad,
pero cuántos siglos te he esperado,
labios de acordeón y estacas como dientes,

(abrazo roto)

claridad y sombra de este corazón
que dibuja con carbón;
tu nombre.


Para por fin saber cuál es el significado de estar vivo.


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