miércoles, 7 de mayo de 2014

El cielo es una azotea


Tú solo veías a aquellos hombres cobardes,
quizá más valientes que yo (...)
aunque nunca sepas si mis botas desperdigadas de respuestas
son rastros de tus besos.

Tatuado aún conservo el dolor de los años que no tendremos,
princesa que con alcohol desbarata la corona en los asientos
de taxis nocturnos.

Mi vida es contemplar el atardecer cada noche y acordarse, joder!...
que muero demasiado solitario...

Luego, uno confunde el arrojo con la temeridad,
y la locura con el valor,
porque cuando has tenido que besar a la muerte tantas veces,
las mujeres se ríen de pura pena;
momento en el que ellas preguntan;

"¿Cuál es su origen, caminante?"

y yo les escribo una frase que nunca será mía
para no avivar la fiera de aquello que fue.

Y tú, ojos de bendito ángel destronado,
hablabas de abrigos de elefante
para no ver el marfil de mis dientes.
Tu dedo en mi pecho hubiera firmado yo
aunque apuntase al cielo rojo de Berlín
antes de arder en aquella madrugada del 45.

El cielo es una azotea
latiendo por la amnesia de nuestro pelo como trenzas al sol,
y tantos recuerdos que sollozan
en las cadenas del tiempo,
justo antes de que te bebieses tu propia sangre
                                                                      señal de venganza.


En resumen, el cielo color fuego de la guerra
es el mismo del paraíso azul cuando enamorados
(engañados ellos o engañado el mundo)
iluminaron
las veredas de nubes y ramas que trepan a la luna,
como Sísifo inalcanzable,
sin llegar a ver la selva más bella, retoño de pestañas,
que son pupilas ciegas por volver a creer....

el cielo de rojo de vivir.

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